Título: “Hábito”
Pareja: Yamada Ryosuke – Nakajima Yuto (YamaJima)
Género: Yaoi, Romance puro (?)
Autora: Ayaa
Extensión: OneShot
Nota: ¡Nada como algo clásico para volver de la tumba!
Si estás aquí después de mucho tiempo, dispuesta/o
a leer este pequeño oneshot y dices “¡Al fin!” A ti, que de alguna forma me has
esperado todo éste tiempo: ¡GRACIAS!
Quiero y debo confesar que volver no ha sido
sencillo. Y no por depresión u otras cosas que solían ser normales en mis
hiatus. En si la vida te va poniendo enfrente un montón de cosas y algunas se
van volviendo prioridad. Sepan que tengo 26 años y las responsabilidades no
dejan de aparecer por todas partes. Aún así me he esforzado por mantener viva
la idea de escribir, y a pesar de que me ha tomado tiempo, aquí estoy,
escribiendo y publicando de nuevo.
Una vez les dije que tengo mucho que escribir y
mucho para ofrecerles. Les aseguro que no mentía. Aún tengo mucho por escribir.
Y bueno, ya para terminar, quiero agradecer a Ysawo
Lee por su hermoso correo. El cual te responderé de forma adecuada pero igual
quiero mencionarte por aquí mi gratitud. El que me confíes tan bellas palabras
me hace inmensamente feliz y el hecho de que mis historias sean un bálsamo para
tu alma es algo que me resulta extraño porque haz de saber que el escribir es
lo mismo para mi. Jamás he imaginado que lo que a mi me mantiene en paz y cura
mis heridas signifique tanto para alguien. Te prometo seguir esforzándome y
poniendo mi corazón en cada historia para que eso jamás cambie.
Ahora si, ¡A leer se ha dicho!
Hábito
Dicen que para que una
acción se convierta en un hábito debe realizarse durante 28 días. Yo necesité
solo uno para enamorarme de él…
El día en que lo conocí
era como cualquier otro. El clima era el mismo que se podía esperar de un día
de otoño; lleno de brisas frías que anunciaban el invierno, hojas secas
inundando las calles de Tokio, atardeceres anaranjados y mucho polvo por
doquier.
Había salido temprano de la academia de clases regulatorias,
en esa época mi madre se empeñaba en que debía tomar clases extra para asegurar
así que lograse entrar en la universidad. Supongo que ella estaba más
interesada en que lograse ingresar a la universidad que yo. A mi me daba lo
mismo si entraba a la universidad o si me conseguía un trabajo de medio tiempo
en algún sitio, pero para mi madre era primordial que yo fuese a la universidad
y obtuviera un título. Así terminé por ir cada tarde a esa academia, en donde
nos hacían repasar cada tema que supuestamente ya habíamos visto en clase, nos
daban material de apoyo para rellenarlo en casa y unos cuantos consejos de
estudio que básicamente requerían dejar de existir y solo mantener el rostro
sumergido entre libros y cuadernos de estudio.
Para mi fortuna, por así decirlo, siempre fui bueno
estudiando y recordando cosas, sin embargo me dediqué a actuar frente a mi
madre como un estudiante que se sumerge de lleno en sus libros y cuadernos.
Una vez fuera de la
dichosa academia podía relajarme durante veinte minutos, ese era el tiempo que
tardaba en llegar a casa. Mis valiosos veinte minutos en donde no me importaba
ningún examen, no pensaba en que carrera debería elegir y tampoco me importaba
memorizar fechas de guerras sin sentido.
Ese día en el que
disfrutaba de mis veinte minutos de tranquilidad, en un día de otoño común y
corriente, lo conocí.
Decir que “lo conocí” es
alterar un poco lo que realmente sucedió ya que conocer a alguien implica tener
un poco de conversación e intercambiar nombres, y nada de eso sucedió ese día.
Yo caminaba tranquilamente por la acera mientras me enfocaba
en pisar cada una de las hojas secas que pudiese encontrar en mi camino; por
alguna razón siempre me ha gustado el sonido que se produce al pisar hojas
secas, es como tener algo crujiente bajo tus pies. Mi extraño gusto requería
que anduviera por al camino mirando siempre hacia abajo y no podía evitar el
sonreír como un niño cuando encontraba muchas hojas que pisar.
En eso me encontraba cuando pude escuchar el sonido del
obturador de una cámara. De inmediato detuve mis pasos y mire a mi alrededor.
Normalmente no soy tan paranoico pero tenía la extraña sensación de que alguien
me observaba.
No estaba equivocado.
Primero mire hacia mi derecha pero no encontré a nadie,
luego a mi izquierda y enseguida miré un poco hacia atrás. No lo encontré hasta
que volví a mirar al frente.
Ahí estaba, con una
rodilla en el suelo y con una cámara profesional sostenida con sus dos manos,
aún la tenía cerca del rostro y lo único que alcanzaba a percibir era una
pequeña sonrisa.
En cuanto notó que lo había descubierto, se puso de pie y
tras sacudirse la rodilla que había tenido en el suelo, me miró con una sonrisa
un poco tímida.
-Lo siento, ¿Te he asustado?
Yo lo miré receloso. No tenía idea de quien era y del porque
me había tomado una fotografía. Quería preguntarle y tal vez reclamarle por
haberlo hecho. Sin embargo, por aquella época no era muy bueno hablando con
extraños, así que solo me aferré a mi mochila, que llevaba en la espalda,
agaché la cabeza y seguí mi camino a toda prisa.
Por mi mente no pasó absolutamente nada durante esos
momentos, ni siquiera me atreví a mirar hacia atrás cuando lo escuché gritarme
un “¡Oye! ¡Espera!”.
Caminé tan rápido que cuando llegue a casa estaba bañado en
sudor y, por ende, llegue más temprano de lo habitual.
-¿Qué te ha pasado? ¿Por qué entraste corriendo?
Preguntó mi madre al verme en la entrada mientras me quitaba
a toda prisa los zapatos para poder entrar. Ni siquiera había notado que había
estado corriendo un buen tramo.
-Nada. Quería llegar temprano para estudiar más
Aquella respuesta dejó a mi madre con una sonrisa llena de
orgullo, mientras tanto yo solo me dirigí a mi habitación y me encerré.
Al estar solo pude
respirar profundamente y mientras me deshacía de mi mochila y mi abrigo, me
puse a reflexionar sobre lo que acababa de ocurrir.
Primero; un extraño me había tomado una fotografía. Segundo;
salí corriendo como si hubiese visto a un fantasma.
Una vez enlistados los acontecimientos en mi mente, me dejé
caer sobre la cama y hundí mi rostro en la almohada, recordando cada momento,
cada acción que había tomado.
Cuando reflexioné lo ocurrido me levanté y suspiré. ¿Por qué
había salido corriendo? El hecho de que me hubiesen tomado una fotografía no
parecía algo tan malo, en realidad no significaba nada. Fue entonces que me
decidí a apartar éste hecho de mi mente y me concentré en lo que al parecer más
me alteraba.
El problema no era que me habían tomado una foto, eso ni
siquiera me importaba. Lo importante era que había conocido a alguien que me
tomo una fotografía.
Un breve instante me bastó para darme cuenta de la razón que
me hizo salir corriendo. Mi mente regresó al instante en que lo vi arrodillado
con la cámara en las manos y todo comenzó a moverse más lento desde que se
levantó del suelo.
Un chico alto con piernas tan largas que tenía curiosidad
por saber cuanto medirían, manos amplias que me ponían a pensar si serían igual
que las mias, un lunar debajo del ojo izquierdo y otro en la mejilla que me
producían la duda de si habrían más en su cuerpo, una encantadora sonrisa que
me robó el aliento en un segundo y su cabello obscuro y ligeramente despeinado
que me hicieron preguntarme si lo tendría así todo el tiempo o si por las
mañanas sería peor.
Al recapitular toda esta información en mi mente, sentí como
algo extraño oprimía mi pecho, de igual forma sentía un curioso cosquilleo en
mi estomago y mi respiración se volvió pausada. Me costaba respirar.
Entonces descubrí algo que me atemorizaba y que me había
provocado correr de regreso a casa como un niño al que han asustado en el
parque. Ese chico me parecía apuesto.
¡Tan estúpidamente apuesto!
Al declarar esto en mi mente, sentí mi rostro arder de
vergüenza y volví a dejarme caer en la cama. Esta vez solo cubrí mi rostro en
el antebrazo, sentí que no era una buena idea hundir mi rostro en la almohada
cuando a penas lograba respirar.
Tragué saliva con dificultad y justo cuando empezaba a
sentirme como un gran idiota, mi madre decidió irrumpir en mi habitación.
-¡Ryosuke, el baño está listo! ¿Pero que haces ahí acostado?
¿No dijiste que ibas a ponerte a estudiar?
Y la sola presencia de mi persistente madre bastó para que
volviera a la realidad y le respondí con un tono de voz monótono.
-Estoy memorizando unas cosas, madre. Solo así logro
concentrarme
No me moví ni un centímetro. Mi antebrazo aún cubría mi
rostro, tenía que fingir que estaba intentando memorizar cualquier cosa.
-¡Oh, vaya! Mi hijo tan estudioso. ¿Por qué no te tomas un
respiro mientras te bañas? El agua está lista y he conseguido unas sales
relajantes en el supermercado. La señora que las vendía dice que ayudan a la
concentración
Con movimientos lentos y prácticos me levanté de la cama,
sonreí a mi mama y le dije con ese tono de voz ensayado que siempre tenía con
ella.
-Gracias mamá
Debo admitir que en esos días no le dirigí ni una sonrisa
sincera a mi madre. Una parte de mi estaba cansado de tener que cumplir con sus
expectativas y de tener que hacer todo lo que ella dijese para que yo lograse
entrar en la universidad. Sin embargo nunca fui lo suficientemente valiente
para rebelarme y decirle que me dejara en paz. Además de que sabía bien lo que
me diría si yo le confesaba mi sentir; “¿Y que se supone que harás si no vas a
la universidad? ¿A que te vas a dedicar? ¿Piensas acaso en algo más importante
para ser algo en la vida?”
Y yo no tenía ninguna de esas respuestas. No tenía idea de
nada. Así que resultó más fácil seguir todo lo que mi madre quería que hiciese.
Después de tomar un baño
con las dichosas sales que mi madre había comprado, estaba decidido a
concentrarme en mi sesión de estudios previamente programada por el profesor de
la academia. Se suponía que esa noche estaría sumergido en matemáticas y
química, pero gran parte de mi concentración estaba en el recuerdo de aquel
chico. Aquello solo me dejo claro dos cosas: una, que habían estafado a mi
pobre madre; y dos, me estaba temiendo una jornada poco productiva de estudio.
No podía apartarlo de mi mente y un sin fin de preguntas se
arremolinaban en mi mente. ¿Cómo se llamaría? ¿Se habrá reído de mi? ¿Por qué
me habrá tomado una fotografía? ¿Él también estaría estudiando para entrar a la
universidad?
Estas y muchas más preguntas rondaban en mi cabeza, solo una
cosa me quedaba despejada y era que seguramente tendríamos la misma edad. Al
igual que yo, el también llevaba uniforme de instituto; no tenía idea de cual
podría ser, ni siquiera estaba seguro de cuantas preparatorias había en Tokio,
aunque en ese momento quise saberlo y tener a la mano algún catálogo con los
uniformes de cada uno.
Este pensamiento me hizo reír y tuve que dejar mi lápiz para
frotarme el rostro. Era consiente de que estaba pensando en tonterías y de que
no podía seguir desperdiciando así mi tiempo.
Pero por más que me esforzara, mi mente y pensamientos
siempre llegaban a él. Fue entonces que lo supe.
Yo, Yamada Ryosuke, me había enamorado. De un chico. Al que
no conocía. Y que era encantador a simple vista.
El resto de la noche me la pasé estudiando con la misma
sonrisa tonta, sintiéndome extraño y feliz al mismo tiempo. Mientras resolvía enredadas ecuaciones era
más consiente del hecho de que me gustaba un chico. Un chico al que no conocía.
Y yo también era un chico, pero eso era lo que menos me importaba.
Cada día que transcurrió
desde ese entonces no hubo momento en que no esperara encontrarme con aquel
chico de nuevo. Incluso pasaba dos veces por el mismo lugar para cerciorarme de
que no estaba dejando pasar ninguna oportunidad. Sin embargo no lo volví a ver
en aquel camino y poco a poco dejé de tener la esperanza de encontrarlo.
Los días transcurrieron
y el otoño pasó, dando así paso al invierno, el cual venía acompañado de la
fecha en que debía presentar mi examen para la universidad.
Era un frío, y con pronóstico de nevada, día de diciembre;
mi madre me había preparado un ostentoso desayuno repleto, según ella, de
alimentos que mejorarían mi rendimiento y capacidad intelectual. Yo no quise
decirle que mi capacidad intelectual cambiaría con tan solo comer todo lo que
había puesto sobre la mesa, sabía que al menos no me daría hambre en toda la
mañana.
Al llegar al lugar en donde presentaría el examen, miré a mi
alrededor y noté con un peculiar interés que todos los chicos y chicas que
comenzaban a llegar llevaban el nervio y el miedo dibujado a flor de piel.
Podía verse a metros de distancia sus pesadas ojeras y uñas mordisqueadas. Por
alguna razón, yo no estaba ansioso o nervioso, ni mucho menos asustado. Sabía
que si no pasaba ese examen, sería libre de elegir lo que me diera la gana
después, aunque no estaba seguro de que eso pudiera suceder. De alguna manera había
programado a mi cerebro para que recordara cada pregunta con su respuesta, cada
ecuación con su formula correcta y cada acontecimiento histórico con sus
personajes y fechas. Pasaría ese examen y seguiría el plan que mi madre ya
había trazado para mi, solo porque yo no me había tomado la molestia de pensar
en algo más, en algo que realmente quisiera hacer.
Tras una larga y tediosa
jornada de exámenes, todo termino. El esfuerzo de meses quedaba reducido a un
solo día. Y éste al fin había terminado.
Con pesadez guardé mi lápiz y mi borrador en la mochila, me
ajusté bien el abrigo y la bufanda y salí del lugar a paso lento. Sentía que
había dejado gran parte de mi alma en cada una de esas hojas rellenadas. Pero
sentía alivio, ya no sería más esclavo de los estudios forzosos. No importando
el resultado, yo estaba convencido de que no presentaría otro examen igual por
segunda ocasión.
En el camino que daba a la estación de autobús, me percaté
de que los árboles a mi alrededor estaban completamente vacíos; no quedaba ni
una sola hoja entre sus ramas. Después miré el cielo, tan gris y espeso; estaba
seguro de que pronto comenzaría a nevar.
La idea de la primera
nevada del año me gustaba. Siempre disfrutaba de ver la nieve caer y de tocar
los primeros copos con mis manos desnudas.
Y justo en ese instante en el que me encontraba absorto,
recordando otro de mis extraños placeres mientras miraba el cielo grisáceo, el
sonido de un obturador me trajo a la realidad.
Esta vez no tuve que buscar demasiado, por alguna razón ya
sabía bien hacia donde mirar. Justo al frente de mi, a unos tres metros de
distancia, lo encontré.
Al igual que la vez pasada, bajó lentamente su cámara para
sonreírme. Esta vez note algo diferente en esa sonrisa, como si hubiese tomado
esa foto solo para llamar mi atención. No estaba del todo seguro, pero esta vez
no me moví, no tenía fuerzas para salir corriendo y además me sentí embriagado
por el recuerdo de los días que estuve esperando por volverlo a ver.
-Lo siento, creo que te sorprendí de nuevo
Por primera vez puse atención a su voz. Sonaba ligeramente
grave, tal vez por el clima frío. Me miró esperando a que yo dijese algo y
sentí un ligero nerviosismo que afloró con la primera palabra que logre
articular.
-Si… me sorprendiste
Lo miré fijamente a los ojos por unos pocos segundos y
enseguida bajé la mirada. No deseaba que él notara mi nerviosismo y pensara
cosas extrañas sobre mi.
-En verdad lo siento. Es que a mi… me gusta tomar fotos
En la pequeña pausa que hizo al hablar levantó su cámara
como si quisiera decir “Mira, aquí está mi cámara, es la prueba de que me
encanta tomar fotos por doquier”. Y yo me reí un poco; después intenté volver a
ponerme serio.
Él me observaba fijamente.
Me sonrojé un poco e intenté ocultar mi rostro con ayuda de
la bufanda.
-Al parecer te gusta tomar fotos de todas las personas que
encuentras en la calle
Comenté tras aclarar mi garganta y en verdad me esforcé por
sonar tranquilo.
-No de toda la gente. Siempre que noto algo especial en
alguien me dan ganas de fotografiarlo. Por ejemplo tú. Justo hace un momento,
mientras mirabas al cielo, parecías estar soñando con algo bastante agradable,
era como si estuvieses deseando que nevara para poder tocar los primeros copos
de nieve de la temporada
Escuchar esas palabras provocó que mis ojos se abrieran como
platos, mi respiración cesó por unos instantes y en mis oídos solo podía
escuchar el latir de mi corazón.
¿Cómo era posible que el supiera algo así? ¿Acaso eran tan
transparente que cualquiera que me hubiese observado detenidamente lo hubiese
notado? ¿O es que acaso era algo que solo él podía notar?
Ante el remolino de preguntas que inundaban mi cabeza,
tragué saliva con dificultad e intenté recuperar la cordura.
-¿Así que esa impresión te di?
-¿Estoy equivocado?
La forma en la que formulo su pregunta fue tan inmediata que
me sorprendió con la guardia baja. Me daba la impresión de que quería seguir
conversando conmigo.
-Totalmente equivocado
Mentí sin reparos. No estaba del todo seguro de querer admitir
algo tan personal con alguien a quien ni siquiera conocía.
-Entonces, ¿En qué pensabas?
La forma en la que formuló su pregunta me hizo pensar que
tal vez no estaba muy satisfecho con saber que su suposición había sido la
incorrecta. Así que decidí divertirme un poco.
-Pensaba en el delicioso curry que me espera en casa como
recompensa por haber presentado mi examen para la universidad. Seguramente mi
madre debe estar terminándolo justo ahora.
Y sonreí satisfecho de haber realizado mi pequeña e infantil
travesura. Él no me conocía, así que podía darme el lujo de actuar como yo
quisiera.
-¿Pensabas eso con esa sonrisa, mientras mirabas al cielo y
suspirabas?
Yo no recordaba haber suspirado.
-¿Qué? ¿Ahora piensas que has perdido tu tiempo tomándome esa
fotografía? Discúlpame si no represento el arte que querías expresar
Refunfuñe mientras metía mis manos en los bolsillos del
abrigo. La temperatura comenzaba a disminuir un poco. Con toda seguridad
nevaría en cualquier instante y eso me hacía sentir emoción.
-Bueno, es verdad que resulta un poco decepcionante, y con
toda seguridad no seré capaz de exponer esta fotografía algún día con el título
“El chico que anhela la primera nevada” porque estaría estafando a un montón de
gente. Pero aún me queda la fotografía de la vez pasada, a esa si que le puedo
poner un buen titulo y no quiero que me reveles la verdad de tus pensamientos
de ese día, por favor
Y de nuevo me reí.
De alguna forma resultaba bastante sencillo hablar con él.
-¿De verdad? Porque puedo revelártelos, así podrías
considerar si estafas a las personas o decides no exponer jamás una fotografía
mía.
Y el sonrío. Solo para mi. Y el mundo dejó de ser gris y
aburrido.
Pude ver en su sonrisa a un chico que suele sonreír a
menudo, que no le importa lo que el mundo pueda pensar, él es libre de hacer lo
que quiera.
-Supongo que no debí revelarte que planeo exponer mis
fotografías. Podrías intentar sacar provecho de eso algún día y tendría que
darte dinero o hacerte algún favor.
Me reí de nuevo.
-¿Eso piensas de todos a los que les has tomado una
fotografía o solo de mi? Porque no creo lucir como alguien que suele ir por la
vida estafando a jóvenes de instituto que sueñan con ser famosos fotógrafos.
El frunció el ceño y se esforzó por ocultar su divertida
sonrisa.
-¿Tú que sabes de mis sueños?
-Me dijiste que te gusta tomar fotos. Incluso lo hiciste
mientras hacías énfasis en mostrarme tu elegante cámara profesional. Eres
estudiante de instituto, y eso lo sé porque llevas uniforme. Tan solo he sido
lógico en deducir que eres un chico de instituto que anhela ser un fotógrafo
profesional. No ha sido nada complicado de adivinar, créeme.
-Bien. Pero te has equivocado un poco. No es que sueñe con
ser un fotógrafo profesional. Voy a ser un fotógrafo profesional.
Su seguridad me dejó sin aliento. La forma en la que me
decía esas palabras era muy diferente a la certeza que yo tenía de aprobar el
examen a la universidad. Su sinceridad y confianza eran muy diferentes a mi
decisión vacía de aprobar un examen solo para no complicarme la vida.
-Es… es bueno saberlo…
No pude decir nada más. Me sentía abrumado ante él y también
avergonzado. Jamás imaginé que conocería a alguien que me hiciera sentir tan
pequeño en un instante.
-Así que piensa bien cuanto dinero pedirás en cuanto veas
una exposición mía.
-O que favor pediré, también.
Nos miramos fijamente y sonreímos. No sé cuanto tiempo pasó
entre nosotros mientras nos observábamos fijamente, para mi pudieron haber sido
horas y en realidad fueron tal vez algunos segundos.
-Supongo que también has venido a presentar tu examen para
la universidad.
Comenté en un intento por alargar nuestra conversación. No
quería que aquel momento acabara.
-Como muchos de los estudiantes que hay por aquí. Debo decir
que, después de mi, luces bastante tranquilo y seguro de que aprobarás.
-Voy a aprobarlo. Aunque aún no sé bien para qué.
El pareció sentir curiosidad por mi respuesta, pero supongo
que no pensó prudente el preguntar. Tal vez porque ni siquiera nos conocíamos
bien.
-Pues entonces hagamos un trato. Si en verdad logras
ingresar a la universidad, al igual que yo, reunámonos de nuevo. Y en esa nueva
ocasión aprovechemos para conocernos mejor, incluso podrás decirme tu nombre.
-Y yo que pensaba que me darías tu nombre ahora.
Respondí a su invitación en tono de broma. Pero él me miró
tan fijamente que seguramente mi broma pasó inadvertida.
-Si pienso darte mi nombre. A cambio, pediré el tuyo para la
próxima ocasión que nos veamos. Es así como pienso que desearás con verdadero
fervor ingresar en la universidad. ¿Qué opinas?
Tan solo pude reírme. Pero mi risa no fue como las
anteriores, estaba tan nervioso que mis manos temblaban un poco, al igual que
todo mi cuerpo. Pensé en culpar al frío por aquel escalofrío, pero era
consiente de que mi cuerpo era ajeno a la baja temperatura de mi alrededor.
-Así que para ti, no tengo “verdadero fervor” por ingresar a
la universidad. Que gracioso…
Me mordí un poco el labio, después sonreí ligeramente y bajé
la mirada. Era extraño pensar en como aquel chico era capaz de ver a través de
mi con tanta facilidad. Era eso o tal vez solo estaba adivinando y diciendo
palabras al azar para lograr impresionarme.
Naturalmente, ésta segunda idea no me parecía tan real como
la primera. Cuando levanté la mirada, él continuaba mirándome fijamente.
-Me llamo Yuto. Nakajima Yuto. Te veré dentro de tres meses
en la universidad y tendrás que decirme tu nombre. No lo olvides.
Me regaló una radiante sonrisa, levantó su cámara de nuevo y
me tomó una fotografía más. Después se marcho con paso lento y relajado.
Yo solo pude observar como se alejaba poco a poco y su
figura desaparecía entre las personas que transitaban por la misma calle.
Tragué saliva con dificultad y sentí que mi corazón latía con fuerza, como si
intentara decirme que con toda seguridad no olvidaría lo que acababa de
ocurrir.
Segundos después, comenzaron a caer los primeros copos de
nieve.
La primera nevada había llegado.
Los fríos copos de nieve caían sobre mi cabeza, sobre mis
hombros y mis pies. Y aún con el corazón acelerado y el rostro sonrojado, no
fui capaz de moverme, ni siquiera para sacar las manos de los bolsillos y
sentir la nieve en mis manos como tanto anhelaba.
Solo tardé un par de minutos en reaccionar.
Justo cuando, por más que me esforzara, ya no era capaz de
ver su espalda alejarse entre la multitud.
Solo entonces volví a ser yo. Regresé de ese mundo lleno de
color al que él me había transportado y poco a poco el frío fue calando mi
piel.
Quite la poca nieve que ya había sobre mi cabeza y hombros y
con una sonrisa miré al cielo, mientras capturaba entre mis dedos algunos copos
de nieve.
Aquel día no solo había traído la primera nevada. También me
había dado su nombre. Aquel chico de largas piernas y sonrisa radiante tenía un
hermoso nombre que repetí en mi cabeza durante todo el camino a casa.
Yuto.
Yuto.
Yuto.
Jamás imaginé que
esperaría con tanta ansiedad a la publicación de los resultados del examen. Yo
estaba seguro de que la persona más impaciente sería mi madre, pero las cosas
habían cambiado.
Muchas veces intenté alejar la idea de mi cabeza, incluso
pensé que, aunque entrara en la universidad, tal vez Yuto no lo haría. También
intenté pensar en que habíamos aplicado para escuelas diferentes, pero era
obvio que todos los alumnos aquel día habíamos aplicado para la universidad de
Tokio.
Los días pasaban lentos y cada uno me parecía durar más que
el anterior. Disfruté poco de los días de nieve y solo podía contemplar
fijamente el calendario. Marcaba los días con impaciencia y cada que salía a la
calle miraba muy bien a mi alrededor, tal vez podría encontrarme con él antes
de tiempo y no tener que esperar un día más.
Fue así que pensar en él fue siendo lo más natural del
mundo. Lo hacía al despertar, mientras cepillaba mis dientes, al desayunar,
cuando caminaba por las calles, al tocar la nieve, el instante en que me
detenía a ver el cielo grisáceo, cuando intentaba perder el tiempo viendo la
televisión, incluso en los libros que intentaba leer todos los personajes
llevaban su nombre en mi cabeza. Pensar en él se volvió mi habito.
Una mañana, la voz
emocionada de mi madre me despertó de repente. La noche anterior había
fracasado en mi intento por dormir y cuando al fin lo había logrado ya casi
amanecía. La razón de mi desvelo era la misma que tenía mi madre para ir a
despertarme con tanto entusiasmo.
-¡Hoy publican los resultados del examen a la universidad!
¿Qué haces aún en la cama? ¡Levántate ya!
De mala gana salí de la cama, si acaso había dormido tres
horas a lo mucho. Sentía mi cabeza enorme, como si se hubiese convertido en un
globo gigantesco lleno de helio. Mis ojos estaban hinchados por el desvelo y en
general todo mi cuerpo pesaba más de lo normal. Aún así me alisté para salir a
ver los resultados del examen. Dentro de mi revoloteaban dos ilusiones; uno,
ver mi número de estudiante en la lista de aprobados y, dos, encontrarlo en el
mismo lugar. Sin lugar a dudas la segunda opción me emocionaba más que la
primera.
En mi mente no dejaba de escuchar las palabras que me dijo
aquel día: “Te veré dentro de tres meses en la universidad y tendrás que
decirme tu nombre. No lo olvides.”
A penas estábamos en Enero y las clases iniciarían en Marzo.
Según sus palabras, faltaban dos meses para vernos de nuevo. Pero yo no estaba
listo para esperar más tiempo. Me sentía decidido a verlo aquel día, sin
importar que tuviese que quedarme ahí plantado hasta que apareciera.
En cuanto terminé de desayunar noté que mi madre ya me
esperaba en la puerta con mi abrigo listo.
-Ven lo más rápido que puedas para que me des la buena
noticia. No te demores y no se te ocurra ir a ningún otro lado, solo por hoy
¿si?
La miré con el semblante más relajado y tranquilo que pude
disimular. De ninguna manera le diría que tal vez no regresara a casa tan
rápido como ella deseaba, estaba seguro de que si se lo decía era capaz de
acompañarme.
-Descuida, en cuanto logre llegar a la pizarra de
resultados, te llamaré, así no tendrás que esperar hasta que vuelvas.
-¡Buena idea! Así podre prepararte algo delicioso para
cuando regreses. Incluso podré avisarle a tu padre para que festejemos juntos
esta noche. Entonces, no te olvides de llamarme de inmediato ¿de acuerdo?
Sonreí y asentí con la cabeza mientras me terminaba de poner
los zapatos. Tomé el abrigo de las manos de mi madre y me despedí de ella con
la más radiante y sincera sonrisa que en mucho tiempo no le había dedicado.
En cuanto llegué al
lugar en donde se exhibían los resultados a penas podía respirar, a pesar del
frío que hacía yo estaba sudando y podía sentir que mi cuerpo temblaba
ligeramente. Todo esto debido a que desde el momento en que bajé del autobús
mis piernas comenzaron a correr a toda velocidad. Sabía que no tenía tiempo que
perder.
Me pareció un poco extraño y curioso que hubiesen pocos
alumnos revisando los resultados. Tal vez había llegado demasiado temprano y
con el transcurso del tiempo llegarían más. Pensar eso me hizo sentir aliviado
y seguro de que aún tenía mi oportunidad.
Creo que tardé más tiempo en mirar bien a mi alrededor e
inspeccionar los rostros de los jóvenes que se iban acercando, que en lo que
encontraba mi número de estudiante en la lista de alumnos aprobados.
Sonreí satisfecho y mientras me apartaba de la pizarra de
anuncios y sacaba mi teléfono móvil del bolsillo de mi abrigo para anunciarle a
mi mamá la buena noticia. Es fácil imaginarse la emoción en su voz y los
comentarios llenos de ilusión sobre un mejor futuro para mi. Hablaba tan rápido
que me sentí feliz por haberla hecho sentir tan orgullosa.
-Vuelve pronto a casa, debemos preparar todo para celebrar.
-No creo poder volver tan rápido, quiero ver a… a unos
amigos primero. Quiero saber que tal les ha ido y si han logrado aprobar
también. Prometo que llegaré antes de la cena ¿esta bien?
-De acuerdo, lo que tu quieras será a partir de ahora. Te lo
mereces.
Y por primera vez me creí aquello. Supongo que si me lo
merecía después de haberme convertido en un esclavo del estudio durante tantos
años.
Estaba claro que yo no pensaba volver a casa pronto, yo
tenía toda la intensión de plantarme en aquel lugar y esperar pacientemente a
que Yuto apareciera. Me sentía tan ilusionado por la idea que dejó de parecerme
extraño que pocos alumnos se pasaran por ahí para revisar los resultados.
El tiempo transcurrió
lento y aburrido. Sin embargo ya había tenido un mes de tortura con tanta
espera, estaba convencido de que unas cuantas horas no serían nada.
Miré mi reloj y noté que habían transcurrido tres horas. Me
sentía cansado, con frío y comenzaba a tener hambre. ¿Por qué no aparecía? ¿Qué
acaso no le interesaba saber los resultados? ¿O acaso habrá venido mucho más
temprano y yo no me había dado cuenta?
Supongo que asumí que yo era el que había llegado a primera
hora, pero si me ponía a pensarlo con detenimiento, en el momento que yo llegué
ya había transcurrido media hora desde la publicación de los resultados.
Comencé a decepcionarme y a sentirme tonto. ¿Por qué me
tomaba tantas molestias en esperar a alguien a quien a penas conocía?
Claro, había aceptado que me gustaba, incluso me había
sentido muy feliz al verlo por segunda vez y haber podido hablar con él un poco
más, pero eso no garantizaba que él estuviese esperando para verme también. Tal
vez para él yo era un chico extraño a quien por casualidad le había tomado una
fotografía y había resultado graciosa la forma en la que salió corriendo como
si huyera de algo aterrador.
-Tal vez solo se ríe de mi.
Susurré en voz baja mientras me acomodaba mejor la bufanda y
comenzaba a perder todas mis esperanzas. Sabía que tal vez estaba exagerando
las cosas como lo hacen las chicas cuando están enamoradas, aquello me hacía
sentir aún más tonto. Pero no podía evitarlo, mientras más tiempo pasaba, más
seguro estaba de que perdía mi tiempo estando ahí de pie esperándolo.
-No vendrá…
Y solté un pesado suspiro que dejó un gran rastro de vaho.
Ya estaba cansado del frío y de la incertidumbre, pero sobre todo de sentirme
como un idiota esperando por nada.
Estaba decidido a marcharme, volver a casa y fingir que nada
malo ocurría, celebrar con mis padres y después encerrarme en mi habitación
hasta Marzo. Pero entonces una conocida voz me llamó y todo el mundo a mi
alrededor se paralizó.
-Aquí estás.
Levanté la mirada y lo vi. De pie a unos cuantos pasos de distancia.
No tenía idea en qué momento había aparecido pero ahora era lo que menos me
importaba. Tragué saliva con dificultad e intenté saludarlo con naturalidad.
-Hola. Tú también estás aquí.
Por más que me esforcé mi voz falló vergonzosamente,
saliendo temblorosa y sin lugar a dudas reflejé todo el anhelo que me había
estado guardando.
-Parece que esperas a alguien. ¿No será a mi, verdad?
Y me sonrió como quien acaba de decir algo divertido y
gracioso. Una broma. Pero para mí no era una maldita broma. Yo en verdad lo
había estado esperando y en esos momentos no tenía ganas de ocultar nada.
-Si, te esperaba. Es gracioso, ¿verdad?
Bajé la mirada avergonzado y al no escuchar una respuesta lo
miré tímidamente. Él me miraba con completo asombro. Sus ojos estaban tan
abiertos y sus mejillas dejaron ver un pequeño sonrojo. Quise creer que aquel
rubor se debía al frío que hacía, pero algo dentro de mi estaba seguro de que
mi respuesta era la causa.
-¿En verdad? ¿Estás diciendo que… en verdad me… me estabas esperando?
Su voz comenzó a sonar tan torpe y atropellada como la mía.
Supongo que ahora ambos nos sentíamos avergonzados. Pero no iba a retroceder.
-Si. Sé que dijiste que nos veríamos una vez iniciadas las
clases, pero supuse que esta podría ser una buena oportunidad para no… para no
tener que… ¡Para no tener que esperar tanto!
Me sorprendí de escucharme gritar las últimas palabras. Sin
darme cuenta estaba desbordando toda la ansiedad que había sentido mientras
esperaba a que apareciera.
-No imaginé que fueses a tomarte mis palabras tan… en serio.
-Pues lo hice.
Él se sonrió un poco y por un instante pude relajarme. Me di
cuenta de que ambos estábamos igual de sorprendidos, nerviosos y avergonzados.
-Creí que no vendrías…
Le confesé en voz baja mientras desviaba un poco la mirada.
Era consiente de que estaba mostrándole una parte muy débil de mi, pero a estas
alturas poco me importaba aquello.
Él se rió.
-Bueno, ahora ya puedes revisar los resultados vía internet
¿sabes? Ya no hay necesidad de venir hasta aquí para saber si lograste
ingresar.
Supe de inmediato que mi rostro se puso rojo como un tomate
gracias al calor bochornoso que invadió toda mi cabeza. Por alguna razón omití
esa información en algún momento.
-Supongo que no tenías la menor idea ¿cierto?
-Supones bien, más o menos…
-¿Por qué “más o menos”?
-Porque si sabía, solo que de alguna forma esa información
se borró de mi mente y por ello estoy aquí, creyendo que todo el mundo vendrá a
ver sus resultados.
-¿Y entre ese “todo el mundo” estoy yo?
Asentí tímidamente con la cabeza y mordí un poco mi labio.
Volvía asentirme como un tonto, pero aún así estaba feliz.
-Pero… si has consultado tu resultado vía internet, ¿qué
haces aquí? No había razón para que te aparecieras por aquí, ¿o me equivoco?
Esta vez me esforcé en sonar directo e inquisitivo. Estaba
deseando escuchar su respuesta y ver su expresión. Quería verlo en aprietos
intentado encontrar una escusa. Tuve éxito.
Miró nervioso a su alrededor, rascó su nariz un poco, como
si de una manía se tratase, y por último sonrió con torpeza.
-Tenía la ligera sospecha de que si venía, te encontraría.
-¿Aunque ya hubieses revisado tus resultados en casa?
-Digamos que… tuve una corazonada.
Me reí. De alguna manera encontré su respuesta adorable.
-Buena corazonada.
Nos miramos y sonreímos. Esta vez sentí que había cambiado
algo entre nosotros. No sentí nerviosismo alguno, solo me relajé y disfruté de
su presencia. Mis pensamientos se aclararon y lo siguiente que dije salió sin
más.
-Ryosuke. Me llamo Yamada Ryosuke.
Me sonrió de nuevo y yo hice lo mismo.
-Mucho gusto.
-¿Puedo decirte “Yuto”?
Pregunté de prisa. Debía actuar rápido antes de perder el
valor que me quedaba. Estaba seguro que no me quedaba mucho tiempo para ser tan
audaz.
-Si. Entonces yo te diré… ¿Cuántas personas te dicen
“Ryosuke”?
Lo miré extrañado, pero aún así respondí a su pregunta.
-Mis padres, mi hermana me dice “Ryo” o “idiota”, según se
sienta.
-Ya veo. ¿Y que me dices de “Yama-chan”?
-¡Nadie me dice así!
Exclamé avergonzado.
-Pues ahora ya hay alguien. Yo.
No estaba muy seguro de querer ser llamado de esa forma,
pero algo me decía que sería inútil intentar hacerlo cambiar de opinión, así
que me resigné de inmediato.
-Supongo que ignoraras el hecho de si estoy de acuerdo o no.
Estoy seguro de que simplemente lo harás.
A pesar de mi comentario, sonreí para que supiera que no me
molestaba del todo que me llamara así.
-Ahora que ya sabemos nuestros nombres y que de alguna
manera ya no somos extraños. ¿Te gustaría pasar el rato conmigo? Podría
invitarte algo, ya sabes, como celebración por haber aprobado el examen.
-Si tu me invitas algo, yo también tendré que hacerlo, ¿no?
-Dejemos eso para ¿otra ocasión?
Y así, con esa sonrisa insinuante me dejé llevar. Había
dejado la puerta abierta para una próxima ocasión y sin dudarlo, yo estaba
decidido a crear otra oportunidad.
Fue así que me fui con
él. Obviamente no llegué a tiempo para la hora de la cena. Estuvimos en una
cafetería platicando por horas. ¡Muchas horas!
Me contó todo lo que pudo sobre él, lo mucho que ama la
fotografía, lo fácil que había sido aprobar ese examen de admisión ya que el
estudio se le daba bastante bien. Hizo una detallada lista de lo que le gustaba
comer, lo que le era pasable y lo que definitivamente odiaba. Habló sobre sus
gustos musicales, literarios y deportivos.
Coincidimos en algunas cosas, nos sorprendimos en otras y
nos prometimos compartir otras tantas.
Yo le conté sobre mi, mi familia, la escuela y mi falta de
motivación para encontrar una carrera que me atrajese. Él me animó con una
sonrisa y me aseguró que encontraría mi camino en algún momento. Y en verdad lo
creí así.
Mi madre decidió perdonarme por haber llegado tarde, después
de todo era el momento en que no había nada que hiciera que pudiese arruinar la
emoción del día. Así que después de
recalentar la comida, pude disfrutar con mis padres de una deliciosa cena.
Sonreí como hace tanto tiempo no sonreía y mis padres atribuyeron esa sonrisa
al éxito que había alcanzado. No tenían ni idea de que mi felicidad radicaba en
el simple, pero hermoso, hecho de que había pasado toda la tarde junto a un
chico maravilloso, que me hacía sonreír y que me brindaba la promesa de un
futuro fantástico.
El primer hábito que me
formé después de conocerlo fue pensar en él todo el tiempo, a cualquier hora y
en cualquier momento. Después de ello ambos nos formamos el hábito de vernos
cada tarde y pasar el tiempo juntos. Yuto decía que debíamos aprovechar todo el
tiempo posible antes de que fuésemos tragados por las tareas de la universidad.
Pasaron los días y transcurrieron dos meses. Justo el primer
día de clases, el tomó mi mano y me acompañó a la facultad que al fin había
elegido. Literatura.
-Lo harás bien.
Yo me sentía nervioso y emocionado, pero sobre todo me
sentía a salvo al tenerlo cerca de mi. Tal era mi confianza que no dudé en
entrelazar mis dedos con los suyos así,
en ese instante, ambos supimos que el lazo que nos unía se había vuelto más
fuerte.
Nos dimos cuenta de que en ese momento dejamos de ser
amigos. Los sentimientos estaban a flor de piel y ambos lo notamos.
El me miró fijamente.
Yo lo miré de vuelta.
Y sin importar el mundo que nos rodeaba, nos acercamos
lentamente, dejándonos llevar por aquella fuerza que nos unía cada vez más y
cuando me percaté de nuestra cercanía sus labios ya estaban sobre los míos.
Fríos, dulces y con sabor a café.
Lo besé de vuelta. Lentamente y con un poco de timidez.
Después nos separamos y nos miramos fijamente. No hacían falta palabras entre
nosotros, simplemente continuamos mirándonos así, con dulzura y anhelo. Al
final unimos nuestras frentes y sonreímos.
-Te veré después de clases.
Susurré para que solo él pudiera escucharme.
-Esperaré ansioso.
Nos separamos lentamente y, con la promesa de vernos más
tarde, cada quien emprendió su camino dentro de la universidad.
Es curioso como un
pequeño encuentro puede cambiar tu vida tan drásticamente. Jamás imaginé que
una persona pudiese permanecer en mi mente por tanto tiempo. Tal vez se deba a
que me hice del habito de pensarlo sin falta cada día, por más de 28 días. Y lo
haré por siempre.
FIN
Epílogo
La primera vez que vio
aquel hermoso rostro, esa sonrisa llena de ilusión y esos ojos profundos, se
quedó sin aliento.
Desde que tuvo su
primera cámara, para Yuto era una costumbre tomar fotografías en la calle.
Capturaba con su lente objetos, paisajes, personas, animales. Lo que fuese que
encontrara en su camino de regreso a casa que le pareciera interesante.
Y justamente ese día, que volvía del instituto, se encontró
con un chico que acariciaba gentilmente la cabeza de un perro. Un adorable
Golden Retriever que llevaba en el hocico una pelota y movía la cola con
alegría mientras disfrutaba de las caricias.
-Eres muy inteligente y hermoso. ¿Quieres que lance la
pelota de nuevo?
La forma en la que le hablaba al perro le resulto tierna y
sin darse cuenta ya no podía quitarle la mirada de encima.
En cuanto el chico tomó la pelota para lanzarla de nuevo,
Yuto preparó su cámara, y justo en el momento en que éste lanzó la pelota, él
presionó el obturador y así obtuvo una imagen de un chico con el brazo en el
aire y una amplia sonrisa en el rostro.
En cuanto imprimió la
foto, en blanco y negro, y la colocó en su pizarra de fotos favoritas, se le
hizo el habito de mirar aquella imagen cada mañana, así partía a la escuela con
una amplia sonrisa y un palpitar extraño en el corazón.
Meses después se
encontró al mismo chico, que en lugar de jugar con un perro pisaba con cierta
ilusión las hojas secas que se encontraban en el suelo. Y una vez más no pudo
evitar el tomarle una fotografía. Sin embargo ésta vez fue descubierto y con
sorpresa observó como aquel chico salía corriendo.
-Tal vez debí ser más discreto
Susurró para sí mientras lo observaba desaparecer entre la
gente. Sin embargo no se sentía del todo avergonzado. Una gran parte de él se
sentía feliz. Aquel hermoso chico lo había notado. Al fin.