Capítulo 9
La obscuridad se lo tragó y su cuerpo cayó como
peso muerto sobre el suelo.
Los aterradores recuerdos de su pasado comenzaron
a llegar. Tenía miedo.
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Desde pequeño había perdido a sus padres, pero
siempre hubo gente que lo cuidó y alimentó con cariño. Entre más crecía, el
joven Chinen Yuri soñaba con ser espadachín, un soldado que sirviera al líder
de su aldea y trajera paz a la misma.
Conocía bien sus propias habilidades; piernas
ligeras, flexibilidad en todo su cuerpo y gran destreza. Tal vez la fuerza
física no fuese su fuerte, ya que no lograba formar nada de músculo por mucho
ejercicio que hiciera, pero contaba con una rapidez como ninguno. Podía correr
largas distancias y apenas cansarse y esquivar cualquier objeto tan veloz que
era difícil distinguirlo.
Convencido de que tenía lo necesario, se
enlistó en el ejercito de aquella aldea y se entreno duramente. Sus superiores
no tardaron en notar que, a pesar de ser pequeño y de apariencia dulce, contaba
con una extraordinaria habilidad que podrían explotar en los campos de batalla.
Para Chinen el entrenamiento era duro, le
gritaban todo el tiempo y le enseñaban a no tener sentimiento alguno como
piedad o compasión. Solo debía cumplir con una misión: matar a su oponente y
nada más. Así que bajo ese mandato que le repetían sin cansancio, Chinen se
convenció de que solo debía mantener eso en mente.
Cuando llegó el momento de librar su primera
batalla, Chinen lo hizo como se esperaba, marcó una gran diferencia y logró
vencer a más enemigos que diez soldados unidos. A partir de ese día, no dudo en
hacer gala de sus habilidades, de pulirse día a día y lograr matar a mas enemigos
que el resto de los soldados. Era como una competencia para él, se sentía
sediento de sangre y de ese poder que comenzaba a ejercer ante los demás
soldados. Poco a poco comenzó a ser temido hasta por sus mismos compañeros,
pero eso no le importaba, solo necesitaba matar a todo aquel que le indicaran y
sentirse poderoso.
Pero todo tiene un limite.
En una de las batallas por defender la aldea
ocurrió lo peor. Todos estaban listos, sabían que el ejecito atacante los
superaba en número, pero se sentían confiados porque Chinen Yuri estaba ahí. El
monstruo sediento de sangre.
Le alegraba que lo llamaran así, sentía que no
podía haber nadie más fuerte que él y con tan solo sentir aquello estaba
dispuesto a matar y seguir matando sin piedad.
Aquella batalla fue más larga y sangrienta que
cualquiera que haya vivido antes, un sentimiento extraño se apoderaba de él con
cada movimiento de su espada. Deseaba más, más y más sangre. Al fin era el
monstruo que tanto quería ser.
Su espada cortaba cabezas, extremidades, atravesaba
pechos, todo lo que fuese necesario para derramar sangre, aquello no parecía
ser suficiente. Se volvió loco.
Extasiado por el furor de la batalla, cegado
por la aparente victoria, drogado por el olor de la sangre, comenzó a matar sin
detenerse un segundo a ver si estaba degollando a un enemigo o no.
Sangre, sangre y más sangre. Sus heridas eran
mínimas, la sangre que manchaba sus ropas y rostro, eran de cada soldado que
había matado. Había entrado en una especie de éxtasis que lo cegó por completo,
solo podía distinguir sombras frente a él y era a las que mataba. A cada
instante se sentía poderoso, invencible. Hasta que ya no hubieron sombras, no
había nada.
Por primera vez se sintió agotado, su
respiración estaba agitada y con lentitud miró a su alrededor, fue así como
volvió a la realidad y esta le cayó de golpe, aplastándolo contra el piso. El
silencio resultó terrorífico, abrumador… no había nadie a su alrededor. Nadie.
¿Por qué?
¿Habían ganado?
Seguramente, porque estaba seguro de que había
aniquilado a todos los enemigos, pero no veía a nadie familiar, ningún soldado
o superior.
Siguió mirando a su alrededor hasta que
distinguió en donde se encontraba. Justo en una de las calles principales de la
aldea. Había sangre que inundaba el piso y al bajar la mirada el horror se
incrementó.
Niños, mujeres, ancianos, hombres de campo,
soldados, enemigos. Todos estaban muertos. Todos. Él los había matado. Acababa
de arrasar con la aldea completa, ya no había nada que proteger ni por quien
ser temido ya que todos estaban muertos. Él los había matado.
Con pasos temblorosos continuo recorriendo la
aldea, tratando de recordar el momento en el que su espada había cercenado a
tantas personas inocentes. Y las imágenes se hicieron claras en su memoria.
Rostros aterrorizados, implorando piedad. Después sus oídos recordaron también
y los gritos aparecieron dentro de su cabeza. Gritos desesperados, algunos
llamándolo por su nombre, intentando que recapacitara, que se diera cuenta de
lo que estaba haciendo, suplicando que volviera en si, suplicando que no los
matara.
Fue demasiado para él. Gritó.
Sintió como la garganta se le desgarraba en un
doloroso grito y aún no era suficiente. ¿Por qué se había cegado así? ¿Qué le
daba el derecho de sentirse superior a tal grado de tener que matar a cualquier
ser viviente que se interpusiera en su camino?
Dolor. Frustración. Tristeza. Culpabilidad. Y
asco.
Comenzó a odiarse, a sentir repulsión de si
mismo. Soltó la espada e intentó limpiar sus manos, las cuales estaban
salpicadas de sangre, pero estas seguían igual. El olor a sangre le dio nauseas
y vomitó bilis. El sabor amargo le causó aún más asco pero ya no tenía más por
volver. Aquello era imperdonable. No sabía en que momento había llegado a tal
locura, pero necesitaba resarcir el daño de alguna manera. Estaba claro que no
merecía vivir.
Como pudo, entre el aturdimiento y los sollozos
que seguían saliendo de su garganta, buscó su espada. Las manos le temblaban,
tal vez ya cansadas de haber sostenido aquella arma durante tanto tiempo, pero
aún así se forzó, la empuño y se dispuso a atravesar su corazón con ella. Pero
algo lo detuvo.
Una voz, pasos, después unas cálidas manos que
le quitaron el arma y por último unos ojos negros tan profundos que reflejaban
compasión.
Chinen parpadeó, no podía distinguir si era una
alucinación o si era real. Quería morir y no estaba seguro de si ya lo estaba.
Si era así, estaba decepcionado, sabía que merecía sentir dolor y no lo había
sentido.
Fue entonces que la voz de aquel hombre lo
despertó de su ensoñación.
-¿Qué pasó aquí?-
Chinen quiso responder, quería gritarle a aquel
hombre que no lo tocara, que estaba frente al culpable de la masacre que tenía
enfrente, que merecía morir. Pero no pudo debido a que su garganta estaba seca
y desgarrada por sus gritos de antes, parpadeó y las lagrimas brotaron.
-Escuche gritos y creí que algo malo pasaba.
¿Viste acaso lo que paso, pequeño?-
En su interior, Chinen rió al escuchar
“pequeño”. El era todo menos pequeño, al menos en su interior. Ahora era un
asesino. Un monstruo.
-Ven conmigo, necesitas estar más tranquilo-
Chinen negó rápidamente, respiró profundo y
logró encontrar un rastro de su voz para hablar.
-Yo… lo hice…-
Rasposa y llena de dolor. Así sonó la voz de
Chinen. Aquel hombre lo miró sorprendido, lo miró detenidamente y tal vez
comprendiera el por qué estaba bañado en sangre.
Chinen espero a ser repudiado y después
asesinado por aquel hombre, sabía que lo merecía. Pero eso no ocurrió.
Aquel hombre sonrío con la misma compasión que
mostraban sus ojos.
-Eso ya no importa. Vendrás conmigo-
Chinen intentó negarse, resistirse, pero su
cuerpo estaba débil, agotado por la batalla y por el trauma, así que se desmayó
y no supo nada más.
Gritos, sollozos y desesperación inundaban su
mente, eran terribles pesadillas. Despertó en medio de un grito y se
reincorporó de un saltó. Intentó regular su respiración, tenía el pulso
acelerado y el cuerpo bañado en sudor, pero sobre todo tenia miedo, mucho
miedo.
De pronto, la voz de una mujer llamó su
atención y fue entonces que cayó en la cuenta de que se encontraba en un lugar
desconocido.
-¿Cómo te sientes?-
Chinen miró a aquella mujer y solo tragó
saliva, aún le dolía la garganta.
-No tienes que forzarte, debió ser terrible lo
que presenciaste aquel día. Pero ya estás a salvo, el señor Yamada se hará
cargo de ti, no tienes nada que temer-
Pero Chinen no tenía a nada que temer más que a
sí mismo, quería explicárselo a aquella mujer pero decidió no hacerlo, ya
suficiente tenía con aquella pesadilla, no quería revivir lo que había pasado,
lo que había hecho.
En el transcurso del día lo bañaron, vistieron
y alimentaron. Chinen apenas hablaba y cuando lo hacía su voz salía ronca.
Pensó que lo mejor sería no volver a hablar jamás, pero estaba consiente de que
aquello no era castigo suficiente para lo que había hecho. Tal vez ni la muerte
fuese suficiente castigo.
-Luces mucho mejor, pequeño-
Esa voz, una vez más aquel hombre estaba frente
a él, esta vez acompañado de un chico muy parecido a él, seguramente era su
hijo.
-No soy pequeño-
Logró murmurar. Aquel señor soltó una carcajada
y le dijo con amabilidad.
-Bien, creo que no nos hemos presentado-
-¿Usted es el señor Yamada, cierto?-
Y es que Chinen se la había pasado escuchando a
todas las mujeres que lo atendieron, quienes hablaban maravillas de su señor.
-¿Y tu nombre es?-
Le preguntó a Chinen y este respondió de
inmediato.
-Chinen Yuri, señor-
Se reverenció tal y como había aprendido en su
aldea. Su aldea, su hogar. Lo que había destruido sin dejar más rastro que
sangre por doquier. De nuevo se sintió asqueado, aterrorizado y seguramente
aquello se reflejó en su rostro, ya que aquel hombre, el señor Yamada, se
acercó a él y lo tomó por los hombros.
-Escucharé lo que tengas que decir al respecto
a lo que sucedió ese día. No puedes tenerlo guardado para siempre-
Chinen bajó la mirada, aquel hombre tenía
razón. Era momento de ser juzgado por su terrible pecado.
-Ryosuke, ve con Nakajima-kun, yo tengo cosas
que hablar con Chinen-kun-
Aquel chico obedeció de inmediato y se marchó.
-Creo que estaremos más cómodos si tomamos un
poco de té-
Chinen no respondió y tan solo siguió al señor
Yamada a una de las habitaciones. Entraron y tomaron asiento sobre el tatami,
poco después entró una mujer y sirvió el té.
-Comienza cuando quieras-
Chinen respiró profundo, tomó un poco de té
para hidratar su garganta y comenzó.
Lo contó todo, desde que decidió entrenarse,
como poco a poco un sentimiento de superioridad se apoderaba de él con cada
batalla que libraba y lograba ganar sin el mayor esfuerzo, como éste era
alimentado por los elogios de sus superiores y el temor de sus compañeros.
Hasta el momento de la última batalla.
Describió aquello como locura, se cegó por
completo y mató a cualquiera que se le pusiera enfrente, sin distinguir siquiera
de quienes se trataban, aniquilando así a todas las personas de aquella aldea.
Las manos le temblaban al igual que la voz
mientras narraba los hechos. El señor Yamada lo escuchaba con un semblante
serio, como si imaginara todo lo que Chinen le contaba y tratara de asimilarlo.
Al terminar, Chinen se quedó en silencio, ya no
había más por decir. Esperó a que el señor Yamada hablara, lo condenara a
muerte o lo castigara de alguna forma, después de todo era lo que merecía.
Pero eso no ocurrió. El señor Yamada terminó su
té, respiró profundo y miró fijamente a Chinen, con seriedad más no con dureza.
-Así que has sido tu el causante de esa
masacre-
No era una pregunta, y sin embargo Chinen
asintió como si lo fuera.
-A todos, en algún momento, nos llega a cegar
el poder. Es por eso que una espada no es para cualquiera, hay que tener una
mente fuerte para resistir el poder que ejerce sobre cada uno. El tener la
facilidad de arrebatar una vida con una espada suele cegar a muchos, por eso se
requiere un entrenamiento espiritual que acompañe al físico. Por lo que sé, los
lideres de tu aldea ignoraban esto, o simplemente no le dieron importancia, y
se enfocaron al entrenamiento físico, dejando a la mente sola, alimentándose de
poder y ambición.-
Chinen no dijo nada, aquello era verdad. Jamás
recibió un entrenamiento espiritual, solo físico. Incluso las palabras que les
dirigían los superiores estaban llenas de egoísmo y odio.
-Puedo darme cuenta que tienes una gran
habilidad, si aquello hubiese sido pulido con una estabilidad espiritual serías
el mejor guerrero de tu generación. Pero aún estamos a tiempo-
Chinen miró al señor Yamada, éste le sonreía
amablemente y un nudo se formó en su garganta.
-Señor… yo no merezco esto… usted debe
castigarme… por favor-
Suplicó entre lágrimas. Al fin lloraba. Había
gritado, tenía pesadillas, pero en ningún momento se había permitido llorar,
hasta ahora.
-Creo que el castigo ya esta siendo impartido
por tu propia conciencia, tu sentimiento de culpa no va a dejarte tranquilo
nunca, te acompañara hasta tu último respiro. Pero aún puedes entrenarte como
es debido. Yo te doy la bienvenida a esta aldea, te ofrezco estabilidad y la
oportunidad de servir debidamente a un pueblo-
Chinen no podía hablar, las lagrimas seguían
brotando, salvajes, desesperadas. El nudo en su garganta le dificultaba
respirar correctamente y aún así siguió llorando.
-Nunca más guardes esas lagrimas, o podrían
matarte. Hay una razón por la que todos, hombres y mujeres, sean guerreros o
campesinos, podemos llorar. La tristeza puede matarnos, si dejamos que se
acumule puede ser fatal, en cambio, si la compartimos y dejamos que fluya en
forma de lágrimas, podremos sanar nuestras heridas. Podemos sanar el alma-
Con los ojos vidriosos, Chinen miró al señor
Yamada y asintió con la cabeza, mientras las lágrimas continuaban brotando de
sus ojos.
Fue a partir de ese instante que Chinen juró
lealtad a aquel hombre. Se juró que lo protegería y protegería a su pueblo. Que
sería su espada y su armadura de ser necesario. Así que se entrenó como debió
hacerlo desde un principio, se fortaleció física y espiritualmente. Como bien
le había dicho, ese sentimiento de culpa jamás desaparecía, estaba presente en
todo momento, lo atormentaba en sus sueños, pero poco a poco aprendió a vivir con
ello, a no despertar a mitad de la noche y a dejar que la pesadilla terminara.
Ese era su castigo.
El tiempo transcurrió y la muerte del señor
Yamada, el líder de la aldea, llegó a oídos de todos. Se sentía furioso,
impotente, él debió ir con él pero éste no se lo había permitido, le había
dicho:
-Aún no estas del todo listo, recuerda que la
ansiedad por la batalla no es buena. Pronto podrás acompañarme. Esta batalla no
es para ti-
Le había sonreído y se había marchado con el
resto de sus soldados. Esas fueron las últimas palabras que le había dicho y
ahora… ahora estaba muerto.
Junto a Ryosuke, juró vengar la muerte de su
señor. A partir de ese momento la venganza inundó los corazones de todos
aquellos que apreciaban al señor Yamada. Incluyendo a Chinen.
Pero no todo sale como lo esperamos y a Chinen
le ocurrió. Pasó algo que había olvidado que podía existir. Amor.
Se enamoró de la persona que menos esperaba y
de la que no debió enamorarse jamás. Pero ya estaba hecho. Lo amaba con cada
parte de su ser y ahora, en medio de aquella batalla final, lo buscaba. Hasta
que su mente vaciló y se desmayó ante el terror de la sangre en su espada una
vez más.
---
Tras haber matado a esos soldados que
intentaron atacarlo al mismo tiempo, Yuya escuchó un grito. Conocía esa voz,
sabía perfectamente de quien se trataba, y temió lo peor.
Esquivando combates entre otros guerreros, Yuya
se abrió paso. Casi resbalaba al pisar un charco de sangre pero con ayuda de su
espada logró mantenerse en pie. Su respiración comenzaba a agotarse, el
hormigueo de su pecho desaparecía lentamente para abrir camino a unas ligeras
punzadas de dolor. Creía estar herido pero no quería darle importancia, solo
necesitaba avanzar, encontrar a Yuri y esperar a que siguiera con vida.
Mientras avanzaba, un soldado enemigo intentó
atacarlo, pero Yuya estaba furioso, cansado y desesperado, así que levantó su
espada una vez más y solo bastó una mirada fugaz para comprobar que era enemigo
y proceder a atravesarlo con su espada. Hizo lo mismo un par de veces más hasta
que al fin lo encontró.
El miedo se apoderó de él. Ahí estaba, tirado
sobre el suelo terroso, manchado de sangre… Yuri estaba ahí y Yuya temió lo
peor.
Sacó fuerzas de lo último que le quedaba,
corrió como nunca lo había hecho, esquivó espadas y continuo corriendo, hasta
que llegó a él.
Se dejó caer de rodillas al suelo y tomó el
cuerpo de Yuri, lo abrazó con fuerza y ahogó un grito desesperado. De pronto
sintió la suave respiración de aquel pequeño cuerpo que yacía entre sus brazos
y la vida regresó a Yuya en un segundo. Estaba vivo.
Con ternura acarició su rostro y lo observó
detenidamente.
-Estas vivo…-
Dicho esto, inspeccionó cuidadosamente el resto
de su cuerpo, las heridas que tenía eran mínimas, nada mortal ni de cuidado.
Solo estaba desmayado.
Yuya volvió a suspirar, lleno de alivio y
felicidad. Pero no debió relajarse.
Mientras observaba a Yuri notó que las ropas de
este se llenaban lentamente de sangre, una herida estaba abierta y la sangre
comenzaba a ser demasiada. Asustado, Yuya revisó pero no encontró nada, fue
entonces que comprendió. Yuri no estaba herido. Era él.
Keito atacaba pero Hikaru lograba esquivar con
facilidad. Después Hikaru atacaba y era Keito quien se movía rápidamente. Ambos
eran fuertes, estaban al mismo nivel, lo que comenzaba a complicar las cosas,
aún ninguno lograba matar al otro.
Hikaru comenzaba a desesperarse, pero recordó
que aquel sentimiento no lo llevaría a nada. Sabía bien, gracias a su mentor,
que debía mantenerse en equilibrio si deseaba ganar, necesitaba seguir
insistiendo hasta encontrar el punto débil de su enemigo. Pero el tiempo
transcurría y continuaban iguales.
Las mismas heridas, simples rasguños. El mismo
deseo de matar al oponente y la misma frustración por lo tardado que se estaba
volviendo.
Parecía que eran una misma persona peleando
contra algún reflejo, sus ataques eran muy parecidos al igual que sus defensas.
Keito jamás se había demorado tanto con un
oponente, jamás había experimentado esa sensación de cansancio y agotamiento
que lo invadía poco a poco. Jamás había pensado que su oponente era
verdaderamente digno.
Hikaru sonrió. A pesar de que no ganaba
ventaja, tampoco estaba perdiendo. Estaba tan satisfecho de poder seguir
combatiendo, era la primera vez que lograba sentirse tan bien en una batalla.
-Esto no va a terminar pronto-
Dijo Hikaru mientras su espada chocaba contra
la de Keito, éste había contraatacado fácilmente.
-A menos que tengas prisa, esto puede
continuar-
Respondió Keito mientras empujaba a Hikaru con
su espada y lograba recuperar terreno en la batalla. Pero no iba a ser fácil
ganar.
Para ninguno de los dos.
“-Okamoto Keito…-“
Pensó Hikaru mientras lo observaba
detenidamente.
“-Okamoto… Okamoto… Keito… ¿En dónde he
escuchado tu nombre antes? Tu técnica es demasiado parecida a la mía. Esto no
puede ser una coincidencia… y sin embargo es imposible que…-“
Y de pronto Hikaru cayó en la cuenta. Todo
estaba claro ahora, todo tenía sentido. Era evidente el por qué Keito tenía un
estilo tan parecido al de él.
-Dime una cosa, Okamoto. ¿Conoces las montañas
del Oriente?-
Keito se sorprendió ante la pregunta, estaba
seguro de que casi nadie conocía aquellas montañas.
-¿Qué demonios pretendes? ¿Conversar un poco
antes de morir? Muy tierno de tu parte-
Hikaru soltó una carcajada. Keito lo miró
detenidamente y se preparó para recibir cualquier ataque. Pero lo que recibió
fue otra pregunta.
-¿Te entrenaste ahí, cierto?-
Los ojos de Keito se abrieron sorprendidos.
Estaba seguro de que nadie sabía aquello, ¿Por qué Hikaru lo mencionaba?
Entonces comprendió. Era evidente, no por nada
tenían la misma técnica, la misma fuerza, el mismo nivel de pelea.
-No me digas, ¿Acaso tú también?-
Hikaru volvió a sonreír y bajó su espada. Fue
así como repentinamente recordó aquellos días, al igual que le ocurrió a Keito.
--- Unos años atrás ---
De donde provenía cada uno no importaba, habían
escapado, cada quien con un motivo diferente.
Hikaru provenía de una aldea común y corriente,
pero no estaba satisfecho con su vida, sentía que trabaja para morir, que no
había un propósito real en su vida, así que emprendió aquel viaje en cuanto
escuchó un rumor sobre ese lugar. No tenía familia ni amigos, así que
prácticamente no tenía nada que perder si no encontraba nada y moría en el
intento.
Keito provenía de una aldea muy pobre, todos a
su alrededor morían de hambre día tras día, así que con el deseo de sobrevivir,
emprendió un viaje sin destino, hasta que escuchó rumores sobre aquel lugar y
decidió ir, después de todo ya no tenía un lugar al que volver ni al que añorar.
Ninguno de los dos tenía algo que perder, por
eso estaban decididos a encontrar aquel lugar, famoso por los grandes guerreros
que salían de ahí, pero temido por los exigentes entrenamientos, además de
extremos. Aquel lugar se encontraba en las montañas del Oriente, famoso por sus
cascadas que sanaban el cuerpo y al espíritu, por la paz que se podía respirar
en el bosque y por ser rica en alimento. Pero también temido por las almas que
protegían el lugar y que no permitían que cualquiera entrase sin pagar un alto
precio. Esa era la razón por la que la mayoría de la gente solo se permitía
hablar del lugar en sus conversaciones, nadie era tan valiente como para
atreverse a ir a ese lugar, solo muy pocos lo hacían y no se les volvía a ver
jamás.
Hikaru y Keito llegaron sin cruzarse jamás en
el camino del otro. No tuvieron que lidiar con ningún espíritu maligno ni nada
parecido, simplemente con un lago y sinuoso camino rumbo al lugar de
entrenamiento.
Al llegar, encontraron a muchos hombres que
cumplían con su entrenamiento y cada quien fue enviado con un mentor diferente.
Keito se adaptó fácilmente, estaba acostumbrado
a dormir al aire libre, a comer poco y a no entablar conversación con nadie.
Hikaru era igual, no tenía problema para dormir
en donde fuese, comía lo que le ofrecían sin protestar y hablaba con muy pocos.
Ambos desarrollaron rápidamente una fuerza
sorprendente. Eran famosos en sus respectivos grupos, no había quien no hablara
de ellos e imaginaba lo que podría pasar si se enfrentaban. Pero eso no
sucedió.
De vez en cuando, Keito escuchaba los rumores
sobre el otro chico, un tal “Yaotome” que, según decían, era muy fuerte y
poseía grandes habilidades de combate y destreza.
Para Hikaru ocurrió igual, todos hablaban de un
chico llamado “Okamoto”, el cual con solo una mirada lograba atemorizar a
cualquier adversario, poseía una gran destreza y fuerza como ninguno.
Ambos se intrigaron con aquellos rumores, pero
nunca hubo una oportunidad de verse frente a frente dentro de aquel lugar de
entrenamiento.
Un buen día, Keito decidió marcharse al darse
cuenta de que ya no le quedaba más por aprender, y así, tal cual como llegó,
desapareció del lugar.
Poco tiempo después fue Hikaru quien se marcho,
sintiendo que necesitaba darle un buen uso a sus habilidades y a su fuerza.
Los dos había tomado caminos diferentes, sin
imaginar que en algún momento se encontrarían frente a frente, en una
circunstancia que los convertiría en enemigos.
---
-Ya veo, ahora te recuerdo. Al menos tu nombre-
Dijo Hikaru quien mantuvo su espada a un lado.
-Si, yo también escuché de ti en las montañas
del Oriente. No pensé que sería posible encontrarte en una situación como esta-
Keito también bajó su espada y sin importar que
Hikaru lo notara, relajó los hombros.
-Ahora sé por que no puedo vencerte-
Declaró Hikaru con cierta frustración, al mismo
tiempo que esbozaba una extraña sonrisa. Tal vez intentaba resignarse, cosa que
jamás había hecho en una batalla.
-Lo mismo digo, ahora entiendo todo. No solo
eres fuerte, estas a mi nivel. Tenemos las mismas creencias, tuvimos el mismo
entrenamiento-
Keito también soltó aquello con frustración. Le
dolía admitirlo pero no había remedio.
-No puedo vencerte-
Dijeron ambos, al mismo tiempo. Se miraron con
asombro y poco después una pequeña sonrisa se dibujo en ambos rostros.
-Eres como in igual para mi, Okamoto. Acepto
que pelear contigo ha sido satisfactorio en todos los sentidos, pero no puedo
ganarte. No podré matarte. Eso sería ir en contra de mi origen como guerrero
del Oriente-
-Luchamos con la misma espada, sirviendo a
lideres diferentes. Eso no es suficiente para pelear a muerte contigo. Si algo
aprendí en esas montañas fue a respetar a mis iguales en pelea y eso mismo haré
contigo, Yaotome-
Ambos se miraron, esbozando una sonrisa poco
satisfactoria, pero a fin de cuentas seguros de que la pelea había terminado.
-Sin embargo-
Dijo Hikaru con la espada al hombro.
-Eso no significa que me rinda del todo-
Keito sonrió, el pensó exactamente en lo mismo.
-Me alegra que lo pienses, porque yo iba a decir
lo mismo-
-Ya que no voy a matarte, al menos quiero
marcar ventaja. El primero que quedé rendido de cansancio perderá ¿Qué opinas?-
Ante la propuesta de Hikaru, Keito pudo sentir
la adrenalina correr por sus venas una vez más, estaba emocionado de nuevo y
ansioso por volver a pelear contra Hikaru. Aunque este ya no sería un duelo a
muerte.
-Bien, suena justo. No me siento obligado a
derramar más sangre en nombre de mi líder, yo solo quiero pelear y contigo, es
justo lo que obtendré-
Respondió Keito mientras sonreía satisfecho.
Hikaru hizo lo mismo.
Ambos entraron nuevamente en posición de
combate. Estaban por dar el primer paso y soltar el primer ataque cuando algo
ocurrió.
Alguien gritaba, al parecer se acercaba a toda
prisa mientras gritaba. Hikaru y Keito miraron en dirección al grito y se
sorprendieron. No era alguien del Sur ni del Oeste. No reconocían al sujeto que
se acercaba cabalgando a toda prisa, acompañado de un puñado de soldados.
-¡¡Alto!!-
Se oía a lo lejos y poco a poco todos se
detuvieron, sorprendidos por aquella extraña intromisión.
No muy lejos del lugar, Yabu salía de una cueva
oculta entre la maleza del bosque. Había dejado a Ryutaro en aquel lugar. Se
aseguró de dejarlo bien oculto.
Pensó en volver a la batalla, pero no quería que
cuando Ryutaro se despertara estuviese solo.
-¿Qué puedo hacer?-
Se preguntó mientras miraba hacia la pequeña
cueva, luego giraba la cabeza y miraba en dirección al campo de batalla.
Mientras se debatía, algo se removió entre los
arbustos, no muy lejos. Yabu agudizó los oídos y acercó su mano hacia la espada
que le colgaba en la cintura. Estaba preparado a desenfundarla en el momento en
que, quien quiera que fuese, apareciera y atacara.
Estaba listo, su respiración era lenta. Pensó
que tal vez un soldado enemigo lo había visto huir y lo había seguido. Pues
bien, estaba dispuesto a matarlo si era necesario.
En cuanto aquella persona apareció frente a
Yabu, este desenfundó su espada y se puso en posición de ataque.
-¡No me haga daño! ¡Por favor! ¡No estoy armado!-
Yabu observó bien y notó que se trataba de un
niño, y no de uno cualquiera, era Shintaro.
-Vaya, no esperaba verte por aquí-
Dijo Yabu, más relajado mientras guardaba de
nuevo su espada y sonreía aliviado.
-¡Yabu-san!-
El rostro de Shintaro se iluminó y sonrió
irradiando felicidad.
-Has llegado justo en el momento indicado.
Verás, he sacado a tu hermano de la batalla, esta dentro de esa cueva. No
quería dejarlo solo, pero ahora que tu estás aquí espero que puedas explicarle
lo que ocurrió, ¿de acuerdo?-
Shintaro asintió rápidamente.
-¿Le ha ocurrido algo a mi hermano?-
-Solo está inconsciente-
Dijo Yabu con tranquilidad, y tuvo que
apresurarse en aclarar el porque debido a la expresión en le rostro de
Shintaro, la cual reflejaba una terrible preocupación.
-Lo tuve que dejar inconsciente para sacarlo de
ahí, pensé que no iba a querer escapar por su cuenta. No es grave, pero estará
un poco adolorido. ¿Crees poder cuidarlo?-
-¡Claro que si! ¡Muchas gracias, Yabu-san!-
Yabu sonrío con ternura y antes de marcharse se
dirigió a Shintaro.
-Lo harás bien, no dejes que vuelva a la
batalla si se despierta antes. Haré todo lo posible por volver aquí. Prométeme
que no te moverás de aquí-
El pequeño Shintaro asintió eufóricamente.
Entonces Yabu supo que podía marcharse un poco más tranquilo.
-Bien, entonces me voy-
-No mueras-
Le dijo Shintaro con los ojos llorosos. Yabu
sonrió y le dijo con voz suave.
-No lo hare. Después de todo, alguien tiene que
cuidar de tu hermano-
Y se marchó corriendo del lugar. Tenía que regresar
a la batalla y ayudar a ganar ventaja, ahora que Ryutaro estaba a salvo, sentía
que podía pelear con todas sus fuerzas.
Yamada estaba agotado, su cuerpo bañado en
sudor y su respiración entrecortada. Pero lo que se mantenía intacto era su
deseo de venganza. Quería matar a Arioka y terminar con todo, pero no era tan
fácil.
Arioka sentía que las piernas le respondían
cada vez menos, al igual que los brazos. Ya no quería estar ahí, deseaba
fervientemente que todo terminara, pero también deseaba con todo el corazón
vengar la injusta muerte de su padre. La oportunidad de vengarse estaba frente
a él, a unos cuantos pasos, solo tenía que matarlo. Pero no era tan fácil.
-¿Qué te pasa Arioka? ¿Acaso ya no puedes
mantenerte en pie?-
Le dijo Yamada mientras esbozaba una sonrisa
burlona.
-Mira quien habla, Yamada. Tus cortos brazos ya
no pueden sostener la espada. Ríndete ahora y tu muerte será rápida-
Ante el comentario de Arioka, Yamada soltó una
carcajada.
-¡Eso jamás!-
Gritó furioso después de reír. Arioka lo miró
fijamente, tratando de predecir su siguiente movimiento.
-¡Voy a terminar contigo ahora!-
Gritó Yamada mientras blandía su espada contra
Arioka y se impulsaba con las pocas fuerzas que le quedaban.
Nakajima e Inoo continuaban peleando, heridos
en algunas partes pero con el ferviente deseo de no rendirse.
De pronto, Inoo escuchó lo que Yamada había
gritado, se giró rápidamente y observó como éste se disponía a atacar a Arioka
con todas sus fuerzas, mientras éste a penas tenía energías para defenderse.
Inoo sintió pánico, debía ir a protegerlo.
Tenia que salvarlo de las garras de Yamada o… o lo perdería para siempre.
Furioso ante semejante idea, atacó a Nakajima y
logró herirlo atravesando su espada en el hombro de éste.
-No te atrevas a meterte en mi camino o la
próxima vez no será tu hombro-
Nakajima sintió el dolor punzante que se
esparcía por todo su cuerpo. Soltó un gemido cuando Inoo sacó la espada de tajo
y se disponía a correr hacia la batalla entre los dos lideres.
-¡No creas que voy a permitir que intervengas!-
Gritó Yuto. La adrenalina opacó un poco el
dolor y tomó su espada. Estaba dispuesto a matar a Inoo. Dirigió su espada
directo a su pecho pero el dolor lo hizo trastabillar en el intento y la espada
se clavo en el lugar que no esperaba. Justo en el hombro.
Inoo se dejó caer de rodillas ante la ráfaga de
dolor que sintió y dejó escapar un grito. Nakajima sacó la espada, por su brazo
corría un río de sangre, al igual que en el de Inoo.
-Estamos iguales. La próxima vez que intentes
escapar de mi, te volaré la cabeza-
Ambos se miraron con odio. Inoo empuño su
espada con fuerza y con gran dificultad logró ponerse de pie.
Nakajima se puso en posición de ataque mientras
miraba de reojo como Yamada se abalanzaba en contra de Arioka. Cerró los ojos y
deseo que aquello terminara rápido.
Inoo analizaba a Nakajima, al mismo tiempo que
deseaba que Arioka se mantuviera con vida. Respiró profundo y deseo que todo
terminara lo antes posible.
Arioka logró contrarrestar el ataque con su
espada. Yamada estaba exprimiendo sus ultimas fuerzas, mezcladas con
desesperación.
Arioka también usaba las pocas fuerzas que le
quedaban, no iba a permitirse perder ante Yamada.
Los pies de ambos se clavaban más en el suelo a
medida que empleaban más fuerza, ninguno estaba dispuesto a retroceder. Quien
lo hiciera primero moriría.
De pronto, un grito se escuchó a lo lejos, en
un principio ninguno de los dos distinguió lo que decía, pero comenzó a ser más
insistente y a escucharse más cerca.
Poco a poco ambos perdían fuerzas y trataban de
escuchar detenidamente, hasta que la voz se hizo más clara debido a que esa
persona se encontraba a pocos metros de distancia.
-¡¡Alto!!-
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¡Esto ya se va a acabar! LOL
Así es, el siguiente capítulo ya es el último. Un fic corto para haber durado demasiado tiempo, ¿no creen?
Espero que hayan disfrutado con este capitulo, quise tocar al fin el pasado de Chinen y me siento un poco satisfecha con el resultado xD
Ya tengo avanzado el siguiente capitulo, el gran final, así que esperenlo pronto~
¡Gracias por leer! ^^